Entre risas, porque de otro modo sería imposible contar esta anécdota, Elena López Riera (Orihuela, Alicante, 1982) cuenta lo que algunas personas, “no pocos”, apunta, le dijeron cuando leyeron el guion de El agua.
“¡Estás pirada!”, reaccionaron; “¡¿cómo vas a poner a estas mujeres hablando de eso?!, le espetaron; “¡¿cómo vas a mezclar documental con lo fantástico?!”, se llevaron las manos a la cabeza.
En el proyecto que empezó a gestar en 2017 Elena quiso juntar “todo lo que se supone que no tienes que hacer”. Continúa riendo, quizás con el fresquillo de no haberse dado por vencida, de la que hizo caso omiso a las advertencias, de la que encontró “en el corazón o la inconsciencia” —aún no lo sabe— la valentía para hacer realidad un imposible que fue estrenado en la Quincena de Realizadores de Cannes en 2022. Ese fue el principio de un gran debut y recorrido.
Después de curtirse en el documental y con cortometrajes, en su primera película de ficción Elena se atrevió a mucho. En la práctica es un “trabajo artesanal y en colectivo, donde todo se puso en común”, mientras que en la historia se decantó por unir la mitología con la realidad. Las buenas críticas no se hicieron esperar.
El agua se centra en Ana (Luna Pamiès), una adolescente que vive con su abuela (Nieve de Medina) y su madre (Bárbara Lennie), son vistas y tratadas con desdén por los habitantes del pueblo. Mientras lidian con su vida cotidiana, una inminente tormenta amenaza con volver a desbordar el río, poniendo en peligro los campos cultivados. Con el temporal se vuelve a verbalizar la leyenda de que algunas mujeres están predestinadas a desaparecer con cada inundación porque llevan ‘el agua adentro’. Ana cree que es una de ellas.
Magia para vivir y para hacer cine
No tengo método, no he hecho escuela de cine, tampoco he participado en muchos rodajes, digamos que no tengo formación. Yo sólo trabajo con las tripas, con mi intuición, con las vísceras y lo que siento en cada momento. Me he ido construyendo poco a poco. Y sobre todo, mucho más que el cine, me han inspirado las mujeres que me criaron y la manera muy particular que tenían de contar el mundo.
Crecí en una familia muy parecida a la de El agua, donde las conversaciones cotidianas como el qué íbamos a preparar de comida se mezclaban con lo fantasmagórico, con el cuento del abuelo que llevaba muerto 10 años pero que ‘está aquí justo ahora tomando el café con nosotras’, con lo del mal de ojo. No había mucha diferencia entre lo más fantástico y lo más cotidiano.
Esa manera de ver el mundo que me fascina, es pues lo que me ha formado. Claro, no reflexionas sobre tu entorno hasta que te haces mayor y te vas de allí, porque es la distancia lo que te permite ver las cosas desde otro lugar, sobre todo con respecto a las mujeres. Al hacerte mayor empiezas a comprender a tu abuela, y a entender que mujeres como ella necesitaban contarse así su mundo porque es muy duro centrarse en su día a día, dedicarse a los hijos, a la casa, al trabajo… Tenían la necesidad de ocupar esos espacios y recurrir a otros elementos como la magia y la fantasía. De mayor fue que me di cuenta de que mi abuela necesitaba la magia para vivir.
La perversidad del machismo
Desde mi infancia me violentó mucho que se nos educara para no tener relaciones sexuales, advirtiéndonos de no salir con ese o aquel chico por el qué dirán. Odié a mi madre durante mucho tiempo por eso.
Con el tiempo pensé que seguramente ella también lo había sufrido, porque no es que ella piense así, era que para protegerme tomaba una postura que es súper machista, pero que tiene un sentido muy complejo. El machismo es muy perverso porque adopta formas que no te esperas y que somos nosotras mismas adaptando determinados comportamientos machistas.
Me parece muy difícil decir si esto está bien o mal, hay mucha complejidad tanto del lado de los padres o de los abuelos como del lado de las hijas. Me fascina, como también es doloroso, por eso también quería hablar en El agua de ese tipo de amor violento.
Las mujeres como causante de todos los males
Es una gran pregunta si el cine puede acabar con eso. Es que en realidad es un mecanismo que funciona en toda la sociedad, las leyendas y cuentos populares no son más que el mecanismo que pone en evidencias pensamientos que están o que se quieren imponer. Luego terminan traduciéndose en forma de cuentos, como la Biblia, y al final te das cuenta de que en otras culturas hay mucho imaginario popular que recae sobre el control del cuerpo de la mujer, ya sea sobre su deseo, o sobre cuando menstrúa y lo que puede hacer o no durante ese tiempo… Es un control todo el puto rato, desde que naces hasta que mueres. Todas estas leyendas e imaginarios se han impuesto para que nos comportemos de una determinada manera.
No sé cuál es el papel del cine en este caso, ojalá sea por lo menos para que nos contemos las cosas, para que no estemos tan solas, y eso ya me parece un avance porque uno de los grandes puntos del machismo es impedir que pongamos las cosas en común y que nos quedemos cada una en un rincón pensando que estamos locas. Si El agua al menos sirve para que hablemos del tema, ya me doy por satisfecha.
Escribir la vida
Lucrecia Martel dice que las escenas de la vida no tienen un principio, un desarrollo y un final, que la vida son trocitos de diálogos y de cosas. Eso me encanta. Yo vengo principalmente del documental y la vida, por lo menos la que yo conozco, es así.
Entonces no ha sido algo tan consciente en el momento de la escritura, sino que responde más a una observación de la vida. He escrito esta película con un hombre (Phillippe Azoury), lo que originó también una lucha, decirle ‘¡Tú no te das cuenta!’ (se ríe); pero por otro lado también me ha servido para ponerme todo el rato en el otro lugar. Me interesa mucho la masculinidad para situarme en otro sitio, y aunque ha sido un proceso interesante, también fue duro.
Del documental a la ficción
Lo pensé y me lo batallé mucho, pero tuve la gran suerte de que mis productores apoyaron en todo y ha sido la verdad toda una experiencia. Tenía clarísimo que no sé hacer películas, que no tengo método, y que para mí no hay diferencia entre documental y la ficción, así dicho a lo rápido. Sí que hay diferencias estructurales como el dinero que cuestan, y que si de repente contratas a Bárbara Lennie pues cuesta, o sea esos aspectos diferenciales son reales, obvios y evidentes.
Lo que no quería era cambiar mi manera de hacer las cosas porque no lo sé hacer de otra forma. Por eso planteé rodar esta ficción como si fuera un documental, tal como lo hemos hecho siempre; mi decisión fue polémica porque claro la gente del cine de toda la vida no está acostumbrada a trabajar como yo proponía, pero a mí me daba igual. Ante el ‘esto no se puede hacer así’, digo que antes no lo habrán hecho así los tíos, pero ¡sí se puede trabajar de otra manera! (se ríe).
Quise estar en el set solamente con mis actores, con mi director de foto y con mi ingeniero de sonido, éramos cuatro personas, y es que no me siento cómoda con mucho equipo. Sé que no puedes hacer Armageddon con un equipo de cuatro, pero una película como la mía sí. No necesitaba a ese montón de intermediarios que no sirven para nada y que la industria del cine también se inventa para que las películas cuesten más dinero.
Cada uno tiene su método, no digo que todo el mundo tenga que hacerlo así, pero le doy mucho valor al estar cómodos, tranquilos, que tengamos tiempo, así como tiempo para equivocarnos, cosa que me parece muy importante..
(No) ser una mujer fuerte
No siempre tengo las cosas claras. Tener todo muy claro corresponde a una épica muy de macho, del patriarcado que todo lo tiene controlado, y que es una narrativa muy propia de la industria del cine. Hubo asombro cuando admití al principio que no sabía, que dudaba, o que para esa determinada escena no tenía un plan porque primero tenía que ver lo que está pasando allí y sentir dónde quiero poner la cámara.
Si no sé, lo digo, si tengo miedo, lo digo, y si me siento frágil, lo digo también. Para mí esto es importante y hay que reivindicarlo, no pasa nada si tienes esos sentimientos, porque no hay que ser mujeres fuertes todo el rato. Yo, por lo menos, no lo soy.
Esto lo hablo con muchas compañeras y he tenido la gran suerte, aunque también porque soy muy cabezona y tengo muy mala hostia, de decir que yo tengo el derecho de ser frágil y de no saber. Es un derecho que tengo sobre todo por el hecho de que es mi película, que hemos llegado hasta aquí porque llevamos mucho tiempo trabajando en este rodaje.
Sobre el miedo y la fragilidad
¡Claro que tengo miedo!, pero eso no significa que te paralice, que te impida hacer cosas. No tenemos miedo porque seamos débiles, es que nos habéis hecho tener miedo todo el rato por la mitología del ‘no salgas, no hagas esto, no hagas lo otro’, ¿cómo no vamos a tener miedo si nos violáis y nos matáis? No lo hemos inventado.
Está bien que haya ese eco de mujeres y también de hombres que tienen miedo, porque ellos también lo sienten, pero responden a un estereotipo que le exige el espacio público, tal como a nosotras. Por eso me interesa mucho la mirada que tiene Claire Denis sobre el cuestionamiento de la masculinidad.
Gracias a las conversaciones con amigas, compañeras y con algunos compañeros he cambiado muchas veces mi punto de vista, de lo contrario no me hubiera dado cuenta de que tenía ciertos mecanismos que me habían transmitido en mi familia. Por eso en El agua era importante plasmar que muchas veces somos las mujeres las que transmitimos esas cosas, y esto lo digo sin ánimos de hacer juicios.
El fin de la competencia machirula
Ya era hora de que hubiera otro tipo de mirada en el cine. Cada una de nosotras somos muy diferentes, por lo que es un poco molesto que piensen que todas hacemos la misma película, ¡vamos, para nada! A los tíos no les preguntan si hacen la misma película, y si ellos pueden tener variedad, nosotras también.
La otra vez me dijeron: ‘estarás harta de que te pregunten sobre el cine de mujeres en España’, pero ¿¡cómo voy a estar harta!? De eso hay que hablar más, hay que hacer ruido más fuerte. Me parece súper importante hablar de nuestras experiencias, pero también hay que plantear cambiar el modo de cómo hacemos las películas, de cómo las presentamos y de cómo estamos en el mundo.
Otra cosa es que de repente todo el mundo se sorprendió cuando nos vieron apoyándonos entre todas. ¿Por qué tiene que ser una sorpresa el apoyarnos si es normal, o más bien, debería ser lo normal? ¿Cómo no nos vamos a alegrar del triunfo de las otras directoras? Hay que salir de la épica de la competencia machirula, deconstruir la épica del héroe, del ganador, que corresponde a la del macho. ¡Ya está bien! ¡Con eso hay que acabar!
Filmografía
Más que mi suerte (2008) (Corto)
Pueblo (2014) (Mediometraje)
Las vísceras (2016) (Corto)
Los que desean (2018) (Corto)
El agua (2022)
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