Margarethe von Trotta: vivencias y enseñanzas de una directora legendaria

Texto: Janina Pérez Arias   /  Edición: Mónica Urbina Pardo 
Foto original intervenida

Un día Margarethe von Trotta (Berlín, 1942) sintió que lo de actuar se le quedaba pequeño. A finales de los 60 del siglo pasado era una de las actrices más cotizadas, una de las caras del Nuevo Cine Alemán —con Rainer Werner Fassbinder a la cabeza— que se revelaba contra una tradición que no había quedado muy bien parada en tiempos de guerra. Margarethe quiso más y fue a por ello.

A partir de 1975, con Die verlorene Ehre der Katharina Blum (El honor perdido de Katharina Blum) se convirtió en directora y guionista y en una de las pocas mujeres detrás de la cámara en el cine europeo.

Casi una treintena de filmes más tarde, erigida como una leyenda cinematográfica, a propósito de Ingeborg Bachmann - Reise in die Wüste (Viaje hacia el desierto, protagonizado por Vicky Krieps) Margarethe rememora sus inicios, lo que ha significado ser una mujer en la industria cinematográfica, y lo que le llevó a filmar la biopic de una escritora que marcó su propia vida tanto personal como artística.

El camino hacia la dirección

Era actriz cuando empecé a tener el deseo de convertirme en cineasta, pero me di cuenta de que había muy pocas mujeres directoras. Una de ellas era Barbara Loden que también siendo actriz dirigió Wanda (1970), una película maravillosa que vi en Nueva York en el 73. Su marido era Elia Kazan y ella había actuado en casi todos sus filmes.

En esos años yo aún actuaba, entonces me dije que tal vez también podría hacer lo mismo. Desde entonces he vivido una larga vida y he hecho varias películas.

Ser directora: gritar o no gritar

Una de las pocas mujeres directoras en aquel tiempo era Agnés Varda, pero bueno, al ser parte de la Nouvelle Vague, no era considerada como una mujer.

Lina Wertmüller también dirigía en los 70, pero ni ella misma se consideraba mujer (se ríe) Lina se comportaba como un hombre, al igual que Liliana Cavani. De hecho, recuerdo que cuando Cavani llegaba por la mañana a un set, lo hacía dando voces, gritando. Tenía que hacerlo así porque era necesario validarse, ser creíble, y eso lo lograba solamente actuando como un hombre (se ríe).

Un director no tiene que ser como un dictador. Tal vez te erijas como tal, pero tienes que dar la impresión de que no lo eres. En Roma me contaron esas historias de Liliana, los técnicos me decían que ya ni la escuchaban porque siempre gritaba.

Los gritos no surten ningún efecto. Yo suelo apelar a la calma, a la amabilidad, se me ve sonriente en un set, aunque si veo que algo se tuerce, no dudes que GRITARÉ (lo dice gritando y se ríe). No tengo ninguna dificultad en convertirme en un monstruo gritón por un momento para evitar un mal mayor, así que está justificado. Reaccionar de esa manera lo aprendí en mis años como actriz.

La dirección con la mirada de la actuación

Mi experiencia como actriz me ha ayudado mucho en mi trabajo como directora porque sé cómo y qué sienten los intérpretes. Los actores y actrices suelen sentirse muy inestables, muy temerosos. Creo que soy de gran ayuda para mis actores porque sé cuáles son sus necesidades, sé perfectamente de sus miedos e inseguridades.

Recuerdo que cuando era actriz, los directores no querían que echara mano a mi mundo interior, sólo se limitaban a dar instrucciones: haz esto o aquello. Sin embargo, pienso que precisamente en ese mundo interior está la clave para una buena interpretación.

Broncas y disgustos

Siempre me decían que las mías no eran historias interesantes, principalmente que no les podrían interesar a los hombres. Fui objeto de broncas y disgustos, de verdad trataron de destruirme, pero sobreviví.

No sé cómo lo hice, simplemente no me rendí. Fue imposible matar a alguien (se ríe), pero entonces me aferré a las oportunidades que se me presentaron. Eso me dio muchas alegrías. Además, hubo un par de personas que estaban convencidas de que yo era capaz de hacer este trabajo, así que me ayudaron.

Recuerdo que después de hacer Rosa Luxemburgo (1986) estaba un poco desesperada, entonces un productor italiano me propuso hacer una película para él en Italia. Me fui, reconstruí mi seguridad, fue mi salvavidas. Terminé haciendo tres filmes en Italia y luego volví a Alemania. Quizás he tenido suerte.

Luchar contra el enemigo

Más que enemigo es el miedo a no poder encontrar tus ideas o a que no puedas hacerlas realidad. Nunca pensé que no tenía la capacidad, la habilidad o el talento.

Mi madre me crió sola, era una mujer independiente y muy inteligente que desde muy temprano me enseñó a confiar en mis capacidades. Creo que en esa enseñanza está también el porqué defendí mi propósito de hacer películas políticas. Me decían ‘no te metas con eso que es peligroso’, pero yo siempre respondía: tal vez sea peligroso, pero al menos yo lo he intentado.

Huir de Berlusconi

Amo Roma. Allí hice tres películas (Paura e Amore, Il Lungo Silenzio y L’Africana, una co-producción francesa), y también viví durante muchos años en esa ciudad. Tal como lo hicieron muchos amigos míos, me fui de Roma cuando (Silvio) Berlusconi llegó al poder; la situación se hizo insoportable y me fui a vivir a París. Muchos italianos volvieron cuando dejó de ser presidente, pero luego volvió a la política. Berlusconi nos odiaba. No era precisamente Hitler, pero era un hombre horrible.

Conexiónes personales con las historias

Siempre me alegra cuando mis historias tienen una conexión con mi vida, por pequeña que sea. Eso sucedió con Ingeborg Bachmann. Viví durante muchos años con Volker (Schlöndorf, director) y me vi reflejada en los problemas que tuvo Ingeborg con su pareja Max Frisch. Al tener la seguridad de conocer esas dificultades, sentí que era mucho más fácil abordarlos en la película.

Sé que no es una razón para hacer una película sobre ella, pero ambas experimentamos algo bastante similar. Yo suelo escribir mis guiones, a diferencia de Volker que nunca escribió bien y necesitaba de alguien más. Teníamos una casa en Italia y durante las vacaciones me ponía a escribir en mi máquina de escribir, el traqueteo se escuchaba en toda la casa, incluso en el jardín. Él me decía que no tenía que escribir, que estábamos de vacaciones, pero yo tenía la necesidad de poner mis ideas sobre papel. Así que esa fue una discusión eterna.

Leí que Ingeborg Bachmann también pasó por esto porque ella escribía por las noches y Frisch lo hacía por las mañanas, lo que impedía que ella descansara. Esto fue dinamitando aún más la relación, entre otras cosas. En cierto sentido al contar la historia de Ingeborg, cuento la mía.

La influencia de Ingeborg Bachmann

De joven leía su poesía, me encantaba, fue como crecer con ella, al punto que hasta me animé a escribir poemas. Como todo el mundo que cuando eres joven intentas escribir poesía, tal vez sea un efecto de la edad, pero me di por vencida ya que tuve la sensación de que lo que escribía no era suficientemente bueno.

Cuando me convertí en directora, incluí en dos películas algunos pasajes del trabajo de Ingeborg, y después tuve la oportunidad de conocerla. Es cierto que en cierta manera ella ha sido una compañera de vida, pero nunca me imaginé que haría una película sobre ella.

La conocí en el 72, un año antes de su muerte, y fuera del tiempo en el que se desarrolla la película que es ente 1958 y 1964. Recuerdo que estaba bastante debilitada. No podría describir a Ingeborg en una sola frase, porque ella ha significado mucho… Para mí Ingeborg era como el sol, una mujer que desprendía una inmensa luminosidad.

Me pasó algo muy extraño. Dos años después de su muerte empecé a recibir cartas en mi oficina de un hombre que afirmaba que yo era la reencarnación de Ingeborg. ¡Imagínate! (se ríe) Insistió muchísimo en esa idea tan descabellada. Un día junté todas esas cartas, y tal como Ingeborg hizo con los diarios de su marido, las quemé (se ríe).

Sobre Ingeborg Bachmann - Viaje hacia el desierto

La película capta un momento efervescente en la vida de Ingeborg, ella necesitaba una especie de refugio, alguien que fuera capaz de aceptarla como la mujer libre e independiente que era. Entonces apareció Max Frisch, un hombre que resultó no ser tan fuerte como aparentaba. Esa contradicción me llamó la atención.

Tenía miedo a no hacerle justicia, mi respeto hacia ella siempre ha sido demasiado grande. Pero me fui metiendo en la historia y sus personajes, y terminé convenciéndome de que tenía que hacer esa película.

Filmografía  (selección)

Viaje hacia el desierto (2023)

Olvídate de Nick (2017)

El mundo abandonado (2015)

Hannah Arendt (2012)

Visión. La historia de Hildegard von Bingen (2009)

Soy la otra (2006)

La otra mujer (2004)

La calle de las rosas (2003)

La promesa, un amor, un muro, una esperanza (1994)

Il lungo silenzio (1993)

L’Africana (1990)

Amor y deseos (1988)

Rosa Luxemburgo (1986)

Locura de mujer (1983)

Las hermanas alemanas (1981)

El segundo despertar de Christa Klages (1978)

El honor perdido de Katharina Blum (1975)

Vicky Krieps en Ingeborg Bachmann- Reise in der Wüste (Viaje hacia el desierto)

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